Decía Clausewitz, el teórico militar alemán, que la
guerra es la continuación de la política por otros medios. Visto el panorama,
creo se equivocó, y la tan citada frase hay que formularla al revés. La
política es la continuación de la guerra por otros medios. A veces dudó de que
hayamos avanzado tanto en nuestra sociedad. De acuerdo que en tiempos los
políticos se deshacían de sus rivales mediante la decapitación taxativa o
usando el zumito de beleño que tan buenos resultados dio en los dramas
shakesperianos. Ahora no, incluso puede que los que triunfan en las guerras
partidistas manden a sus enemigos a retiros dorados con fin de tenerlos
contentos y que no molesten. Leí una vez que en el imperio otomano era norma
que cuando un nuevo sultán ocupaba el trono, a veces por caminos más que
rocambolescos, era norma de la casa cargarse a todo el equipo anterior:
ministros, eunucos, hombres de confianza, esposas, amantes, prostitutas
ocasionales y demás “infectados” por el contacto con el anterior monarca eran
eliminados sin contemplaciones. Así el nuevo amo de la Sublime Puerta podía
empezar su reinado sin temor a la “herencia
recibida” y a que algún exceso de fidelidad al difunto le mandase prematuramente
a gozar de la compañía de Alá. Ahora no se hacen esas cosas tan radicales, pero
los chantajes, dossieres, filtraciones periodísticas y demás armas de
destrucción masiva políticas están a la orden del día para la liquidación del
rival. Que quieren que les diga. Lo de los turcos era más salvaje pero más
noble, después de todo.
Viene todo esto a
colación porque en la reciente Semana Santa, como relax después de la boda del
señor Microalgo Marino –el que sea el comentarista de guardia en este blog
obliga a que le haga esta referencia- y para descansar de los excesos
gastronómicos de la noble tierra asturiana- hace siglos pararían al islam, pero
ahora han frenado la plaga del plato cuadrado, de los caramelizados al Pedro
Ximénez y las reducciones a las finas hierbas, lo que es una nueva resistencia
más gozosa que la de Don Pelayo- no se me ha ocurrido otra cosa que devorar (no
es una frase hecha: diez capítulos de una hora en tres días) la segunda
temporada de la serie Juego de tronos.
A veces es muy grato sentirse masa y apuntarse a las modas, y este es uno de
esos casos. Aquí se demuestra que la televisión de calidad se está imponiendo a
un cine de Hollywood cada vez más desnortado. Hace diez años Peter Jackson
culminaba su trilogía de los anillos para salas cinematográficas. De buen
seguro que ahora hubiese ido a al HBO para hacerla. El formato serie va muy
bien para estos tochos de sagas. Se pueden contar más cosas y estirar el
tiempo. Recuerdo que cuando leí hace un par de años El poder del perro había un prólogo, no recuerdo de quien, que hablaba
de que a ver si la HBO se animaba a ponerla en imágenes. Ya la industria del
cine no es la que era. Aunque viendo lo que producen y el nivel de las series es
que no hay color. La pregunta es si queda por ahí algún guionista bueno que no
esté fichado por la tele.
Item más. Juego de tronos amenaza con destronar –juego
de palabras fácil pero inevitable- el largo monopolio que Tolkien ha ejercido
sobre este género. Curiosamente, parte de la culpa de esta decadencia del autor
sudafricano la tiene su albacea audiovisual Peter Jackson, que está dilapidando
la herencia con su sorprendente formulación de un problema
cinematográfico-metafísico: hacer una presunta “precuela” en la cansina El Hobbit que es en realidad una secuela. No basta con machacar al
público con una orgía de efectos especiales. Juego de tronos tiene los justos y los precisos. Confía más en el
diseño de personajes, en las tramas, en los diálogos y en la inteligencia de
los espectadores, que disfrutan de un producto adulto y no para adolescentes
descerebrados. El cine comercial actual está dominado por los castos vampiros
de urbanización de Crepúsculo, por
secuelas de éxitos ochenteros, por hipertrofiadas revisiones de El
mago de Oz. Pero en la serie que nos ocupa se viola, se mata, se
intriga, se folla, hay homosexualidad explícita, incestos, no se escatima la
sangre, en, de nuevo Shakespeare, lo que es una trama llena de ruido y de furia. No he leído las novelas de George R.R. Martin
–entiéndanlo, uno ya tiene una edad para enfangarse en una saga interminable-,
pero se inspiró en bastantes precedentes. No voy a entrar en ellos, prefiero
remitirles al magnífico artículo que Pilar Vera, una de las pocas cosas
decentes que van quedando en un Grupo Joly sometido a una orgía de autodestrucción,
publicó hace unos días y que pueden consultar aquí. Como este es un blog
personal prefiero contarles que es lo que me enamoró de esta serie, no siendo
yo un especial fan del género. Sin despreciar que le debo el título de este
chiringuito internáutico.
Como ya he dicho, viendo
las tonterías que me trago en las salas –menos últimamente, ventajas de no ser
un crítico en activo y poder seleccionar-, me conforta sentarme ante un
producto que no me toma por un niñato hiperferonómico que babea con los tríos
entre humanos, licántropos y vampiros. Tal vez el éxito de esta serie coincida
con que estamos en los tiempos del Winter. En esta sucesión de ladinos,
ambiciosos, crueles y despiadados personajes reconocemos la depredadora
realidad que nos ha tocado vivir. La ambición solo ha mutado de métodos como
decía al principio de estas líneas, pero sigue tan activa como siempre. Digamos
que hay una sociedad dispuesta psicológicamente a dar por válida esta
ilustración de las teorías de Thomas Hobbes: el estado natural del hombre es la
guerra de todos contra todos. Sin embargo, lo que libra a Juego de tronos del culebrón son unos guiones más que cuidados y
que tienen resabios shakespereanos, cosa que a mí me puede, ya que el bardo
inglés es quien mejor ha hablado sobre la ambición. Les pondré dos ejemplos
(aviso de que a partir de ahora voy a hablar del argumento) de la segunda
temporada. En uno de los episodios, el serpenteante Meñique y la reina Crisei
tienen un diálogo tenso, cosa normal en esta serie. El intrigante político tan
atento a la gestión como a sus cuentas en la Suiza de la época le deja caer a
su majestad que conoce su incesto con su hermano Jaime, el “Matarreyes”. Remata
la faena con la frase “el conocimiento da el poder”. Ante esto, Crisei sonríe
ladinamente, otra cosa normal en la serie, y ordena a su guardia que detenga y degüelle
a Meñique. Como Abraham, la reina para el sacrificio en el último momento y se
acerca a su víctima, lógicamente descompuesta tras haber sentido el frío del
acero en su garganta: “el poder es el
poder”, le dice. El segundo momento concierne precisamente al “Matarreyes”.
Encerrado en una jaula de los Stark, habla con uno de ellos: “Nos piden a los
caballeros demasiadas fidelidades. A nuestros reyes, a nuestros padres. Pero
¿qué pasa si tu padre se subleva contra el rey? ¿o si el rey mata a tu padre?
¿a quién sigues?”. Detalles como este trufan toda la serie, y le dan su
espesor. Y es que no hay buenos ni malos, sino personajes ambiguos, arrastrados
por los acontecimientos, atrapados en una maquinaria feudal-caballeresca que
los soprepasa. Catelyn Stark está dividida entre el papel de lideresa de la
familia, que le agobia, su lealtad a su hijo Robb y los hermanos de este que se
hallan presos de los Lannister, lo que la lleva en la segunda temporada a
cometer alguna pifia. Podría ser una heroína irlandesa a lo John Ford de no ser
por el odio que le tiene a Jon Snow, bastardo de su amado esposo al que ha
enviado a esa variante de la Legión Extranjera que es la Guardia de Noche, una
auténtica tumba. La otra matriarca de la saga es Crisei, una mezcla de Lady
Macbeth y madre de la Pantoja, buscando el beneficio de un hijo que parece un
producto de la generación botellonera, mal criado y sin ningún respeto por nada
que no sea un ego hinchado desde la cuna. Crisei sería la perfecta zorra de no
ser por las bajonas que le dan de vez en cuando que nos permiten ver su
corazón, más humano y complejo de lo que nos gustaría. Y es que en esta serie
todos son personajes de tragedia griega, arrastrados por los acontecimientos y
por lo que esta sociedad medieval espera de ellos.
Como en la vida misma,
en Juego de tronos los verdaderamente
competentes son marginados. Esto se manifiesta en el personaje favorito de
muchos incluyendo servidor de ustedes, el enano Tyrion Lannister, el más inteligente
de todos. A mí me recuerda a los grandes protagonistas del género negro,
capaces de las mayores marrullerías pero dotados de una extraña y peculiar
ética que nos los hacen simpáticos. Nadie lo soporta –es demasiado listo- y
aunque salva situaciones, como en la segunda temporada el asalto por parte de
las huestes de Stannis a Desembarco del Rey, al final siempre aparece alguien
que se lleva la gloria y lo manda al ostracismo. En este lance bélico, en el
último minuto aparece Tywin Lannister, el gran villano de la función,
derrotando a las tropas de Stannis. Es Tyrion el que ha llevado hasta entonces
el peso de la lucha y ha galvanizado a las tropas después de que su rey, el
niñato Joffrey, se haya quitado de en medio. Pero da igual, acaba herido en un
camastro y viendo como el numerito a lo Séptimo de Michigan de Tywin hace que
se lleve la gloria. O más bien, como pasa en nuestro sistema donde los
políticos capitalizan el trabajo de los técnicos, Twynn tiene que ser el héroe porque para algo controla su clan. Esta
corrosividad tiene su paralelo en otros campos. Por ejemplo, Stannis ha caído
en manos de una sacerdotisa que propugna un culto a un señor de la luz,
monoteísta en un marco politeísta, y que
elimina a los dioses antiguos y a los relapsos que se niegan a abandonarlos mediante
el expeditivo método de la hoguera. ¿No recuerda a otras confesiones más
cercanas? Por cierto, que personalmente me alegra que a la sacerdotisa le de
vida la actriz holandesa Carice Van Houten, impagable protagonista de la no
menos impagable El libro negro de
Paul Verhoeven. Empero, el mejor momento de la segunda temporada acontece
cuando Tywin está a lomos de su caballo esperando entrar en la sala del trono
para recoger su inmerecida recompensa por su breve papel en la derrota de
Stannis. Mientras se oyen tras las puertas cerradas las laudatios previas a su
irrupción, la cámara enfoca las ancas del caballo… ¡y en ese momento se caga
literalmente! Ignoró si las bostas son de ordenador o reales, pero el sarcasmo
y atrevimiento de esta secuencia no tienen parangón. ¿Tiene Hollywood algo
mejor que oponer a esto y recuperar a los serieadictos?
http://www.youtube.com/watch?v=UiyCg10k2mk
http://www.youtube.com/watch?v=UiyCg10k2mk
Por último, una de las
cosas que más detesto de este tipo de historias es el elemento fantástico. No
me malinterpreten, no me opongo a él por sistema, pero suele estar muy mal
metido, con acumulación de lugares comunes y topicazos. Afortunadamente, en Juego de tronos esto no ocurre, es
moderado y bastante coherente con el resto de las tramas. Nuevamente es el
elemento humano el que prevalece. Por encima de los dragones de la Khaleesi
Daenerys está su ambigua relación son Sir Jorah. Y la tierra helada que se
extiende más allá del muro guarda sus secretos celosamente, pero sin
estridencias, jugando la carta de la presencia inquietante y ominosa más que la
espectacular, aunque el plano final de la segunda temporada hace creer que la
cosa se va a animar en el norte en el futuro. Recordarán que el post del mes
pasado sobre el cumpleaños de King Kong
peroraba sobre el significado simbólico del muro en ese film, su papel de
frontera entre el sueño y lo consciente. El muro del norte en Juego de tronos cumple un cometido
semejante, límite entre un mundo real y fantasmas de los que toman cuerpo en
nuestras pesadillas, en un marco helado y hostil. Este repartimiento temático
es el que hace que la serie sea tan brillante. Todos podemos encontrar nuestra
trama. Lo triste es ver cómo algunos ven este magnífico trabajo como algo
lento. ¿Tanto se ha embrutecido la gente merced a lenguajes audiovisuales que
cuando ven unos minutos a unos actores recitando unos densos diálogos se
aburren? El Winter ha llegado más lejos de lo que suponíamos.
(Perdón por poner enlaces a los youtubes en algunos casos en vez de incrustar el vídeo, pero por alguna razón no me admite la función de incrustar)
(Perdón por poner enlaces a los youtubes en algunos casos en vez de incrustar el vídeo, pero por alguna razón no me admite la función de incrustar)
Pues hace ya algunos meses que ví la segunda temporada, y la verdad es que está muy bien. Mucha más acción y truculencia que en la primera; aunque la Familia Real española le sigue ganando de largo.
ResponderEliminarLa parte más interesante para mí es la relacionada con Invernalia, el muro y los salvajes. El muro límite entre el mundo real y el de pesadilla, sí, pero también me sugiere lo diáfano de los límites entre naturaleza y cultura, entre lo salvaje y lo domesticado, recordándonos que en nosotros queda algo de bárbaro y elemental, y que al fin y al cabo, nos hacemos pasar por "civilizados", porque no queda otra.
Cuando vemos a los salvajes avanzar en la última secuencia de la temporada, parecen decirnos: "Ya estamos aquí; no hemos venido a amenazaros, sino a buscaros y traeros de regreso; a excitar vuestras ganas de asilvestraros; a que volváis con nosostros al bosque que tanto añoráis, porque es vuestro verdadero hogar".
Me encanta el plano en el que un salvaje sale de entre las brumas heladas, se para ante Sam (creo que se llama), se le queda mirando fijamente, tranquilo, como si le saludara sabiendo que es uno de los suyos, y después desaparece igual que ha aparecido, majestuoso, soberbiamente indiferente. "Un fantasma recorre....Invernalia"; Ojalá.
Ah, y su "mezcla de Lady Macbeth y madre de la Pantoja", qué bueno. Esta actriz le ha cogido gusto a los papeles de madre guerrillera, ya que hace de Sarah Connor en la serie de tv: Las Crónicas de Sarah Connor, y trae a su niño John, amargadísimo.
Bueno, perdone la parrafada y el desvarío, es lo que pasa después de casi cinco horas estudiando (además cosas absolutamente inútiles).
Sólo he visto retazos. Me apetece verla enterita. Gracias por la reseña y los enlaces.
ResponderEliminarY gracias por la mención. Fue un placer verlo por allá arriba. Ya estoy de vuelta y se barrunta un póker para el fin de semana. Ya aviso con tiempo.
Un abrazo.
Ah, por cierto: con su permiso, lo he enlazado en La Zona Fótica.
ResponderEliminarBien visto, Guiomar. ¿Es acaso peor el mundo de extramuros, del que en realidad no sabemos nada, del resto de reinos que conocemos en la narración, llenos de violencia? ¿Por qué van a ser más peligrosos los zombies que los Lannister, por ejemplo? Es verdad lo que apunta del final. El jinete mira a Sam y no parece verlo como una amenaza. A saber que hubiesen hecho los otros protagonistas de la serie si ven a un extraño en su territorio. A lo mejor resultan hasta ser más humanos en su inhumanidad. De la cancelada serie sobre Sarah Connor, solo vi la primera de sus dos temporadas, pero ciertamente parece que Lena Headey está abonada a los papeles de madre coraje
ResponderEliminarMiccroalgo, gracias por el enlace, placer de figurar en su blog.