sábado, 29 de junio de 2013

Hannah en Jerusalén




Más tarde o más temprano me tenía que topar con Hannah Arendt. Los que me conocen saben de mi interés por la Segunda Guerra Mundial y por sus derivados, el nazismo, el stalinismo, la lucha de las democracias, etc. Supongo que esta fijación empezaría en la infancia viendo los filmes sobre este confuso período en el que los boys de Oklahoma se imponían sobre torticeros alemanes y fanáticos japoneses. Por supuesto, el crucial papel de los soviéticos en la destrucción de la maquinaria hitleriana se obviaba por gentileza de la Guerra Fría. Este punto militarista infantil se matizó con la edad, cuando uno se dio cuenta de que aquel conflicto fue mucho más que Errol Flynn ganando la guerra con una sola mano, como se burlaban sus contemporáneos. La fascinación por los desembarcos se trasmutó en interés por saber como una sociedad puede llegar a ese conflicto, o a dejar que gente como Stalin o Hitler impongan sus reinados de terror. Y en el punto de vista humano y social, las consecuencias morales de un gran drama donde la supervivencia y la cobardía, la abnegación y el valor, las decisiones que tenemos que tomar en momentos extremos y que condicionan nuestro futuro y nuestra percepción de nosotros mismos, nos marcan para siempre. El caso es que anoche volví a reencontrarme con Hannah Arendt al ver la película que le ha dedicado Margarethe Von Trotta, y esto ha derivado en este post.

Así que era inevitable mi descubrimiento de la señora Hannah Arendt, de la que sabía tenía un libro mítico, Eichmann en Jerusalén, que hace unos años fue publicado en versión bolsillo y compré inmediatamente solo verlo en un expositor. Arendt fue una judía alemana nacida en 1906 que desde niña mostró una gran voracidad por la Filosofía. Se cuenta que a los 14 años se había leído la Crítica de la razón pura de Kant. Con estos antecedentes no es extraño que fuese a la universidad a estudiar esta materia, donde tuvo a profesores tan principales como Heidegger –con el que tuvo una relación sentimental-y Jaspers. Tras doctorarse, la llegada del nazismo la obligó a marcharse, primero a Francia, y luego a Estados Unidos, donde acabaría nacionalizándose. Esta nueva diáspora judía motivada por el hitlerismo la llevo a reflexionar sobre la cuestión del antisemitismo, que centró su actividad. Fruto de ello, y tras una larga elaboración publicó su fundamental ensayo Los orígenes del totalitarismo en 1951. Es una densa obra –al fin y al cabo la formación de Hannah Arendt era de la rigurosa escuela filosófica alemana- donde desarrollaba innovadoras teorías que vinculaban el ascenso del racismo a partir del siglo XIX a la hipertrofia del capitalismo y del imperialismo, que degeneraban en los movimientos nacionalistas y de defensa de la pureza racial. Hasta este libro, se consideraba que el racismo y el nacionalismo, que suelen ir unidos, eran muestras de mentalidades medievales, pero Hannah Arendt defendía que por el contrario era un sentimiento moderno, derivado de la desestructuración social que derivaban de los modos de producción capitalistas.  El impacto de este libro le procuró una plaza de profesora en una universidad estadounidense.

Pero la gran fama de la filósofa –aunque a ella no le gustaba que la identificasen como tal, se veía más como una socióloga- empezaría en mayo de 1960, cuando un comando del temible Mossad israelí localizó y secuestró en Argentina a Adolf Eichmann, uno de los criminales nazis más buscados. Trasladado al estado hebreo, fue juzgado al año siguiente en un proceso eterno y sentenciado a muerte, siendo ahorcado dos años después de su detención. Arendt se acreditó por la revista New Yorker para asistir al juicio de Eichmann en Jerusalén. Sus jefes esperaban una serie de artículos periodísticos, pero ella hizo otro denso trabajo que luego sería publicado como libro bajo el título Eichmann en Jerusalén. Fue una obra polémica por varias razones. Para empezar, los que esperaban ver a un monstruo quedaron bastante decepcionados. Eichmann era un hombrecillo con más pinta de empleado bancario pillado con un descuadre de cuentas que un genocida. La puesta en escena del proceso ayudó. El acusado se escudaba ras unas gafas y un anodino traje de los domingos y el verlo encerrado en una jaula de cristal antibalas ayudó a rebajar la sensación de que allí había un criminal. Youtube está lleno de vídeos sobre el juicio, incluso sesiones enteras, aunque por desgracia no encuentro nada subtitulado al castellano. Al final de este párrafo incrusto uno para que se hagan una idea de cómo fue el proceso, aunque si tienen dos horas y no les importa el tema de los idiomas, lo mejor es ver el excelente documental de montaje que Rony Brauman y Eyal Sivan realizaron sobre el asunto. Eichmann se escudó en el consabido “yo cumplía órdenes”, cantinela habitual en los nazis juzgados, pero Hannah se dio cuenta de que en su caso podía ser verdad. El procesado era lo que se llama un cuadro medio, no era uno de los grandes líderes como los que se sentaron en Nüremberg, pero era alguien sin el que toda la maquinaria del Holocausto no hubiera funcionado. No pasó de ser un teniente coronel de las SS, pero se ocupó de toda la parte logística de la matanza. Eichmann y sus subordinados eran los que se ocupaban de los “recursos humanos”, de hacer las listas de los judíos presentes y ausentes en las zonas que se habían decidido “limpiar” y eran los que organizaban los transportes de la muerte. Otros tomaban en Berlín las “decisiones intelectuales”, pero el departamento de Eichmann se encargaba de hacerlas prácticas. En su libro, Hannah Arendt defendía que podía ser cierto que el hombrecillo en la jaula de cristal podía cumplir órdenes y no tener un interés especial en matar judíos. Tal vez ni siquiera era antisemita, como defendía en su juicio. Simplemente, era un eficaz burócrata que le tocó eso como podía haberle tocado supervisar la producción de carbón.





Esta tesis era muy escandalosa en su época, más expresada por una judía, ya que rompía el consenso sobre la maldad intrínseca del nazismo, vistos todos como los personajes caricaturescos de las películas de Hollywood, sádicos y pidiendo su ración de sangre hebrea en cada fotograma. La idea de que los autores del holocausto ni siquiera tenían una manía especial a sus víctimas era intolerable para lo que empezaba a ser los que Daniel Filkenstein llamaría “La industria del Holocausto”. Además, era rebajar la importancia del judaísmo. Si los autores de las matanzas eras simplemente eficientes burócratas que hacían lo que tocaba y no furibundos antisemitas, el factor específicamente hebreo no jugaba un papel tan importante. A un estado siempre en entredicho y rodeado de enemigos como el de Israel le venía –y le viene-muy bien la teoría del odio secular a su pueblo para mantener sus políticas. Sin embargo, esta polémica impidió ver lo inquietante de la formulación de la teoría de Hannah Arendt. En las sociedades actuales, es factible un proceso de despersonalización tal de las decisiones que la responsabilidad se pierde. Eichmann defendío en su proceso que él no tenía nada que ver con el Holocausto porque su papel era hacer las antilistas de Schindler y meterlos en los trenes, lo que le pasaba a los “viajeros” una vez llegados a su destino no era asunto suyo. La especialización de los cometidos hace que siempre se pueda echar la culpa a otro. La creación de capas intermedias entre el que toma la decisión y el que la ejecuta hace que se difumine todo y que la gente se sienta psicológicamente liberada de culpa al estar en estructuras complejas. Eichmann es un genocida, pero nunca mató a nadie personalmente. Las decisiones las toma “Berlín”, el “gobierno”, los “mercados”, “Hacienda”, la “Casa Blanca”,etc, pero nunca nadie con nombres y apellidos. El espíritu de los hombres grises tipo Eichmann sigue viviendo hoy en día. En el jefe de recursos humanos que cumple órdenes de la “empresa”  y ejecuta los despidos, en el empleado de Banca que clava a un anciano analfabeto una preferente porque “la directiva” lo quiere, en el funcionario que trabaja en un plan de recortes sociales porque el “gobierno”, los “mercados” y “Bruselas” lo exigen. Seguro que ninguno de estos tiene nada contra sus objetivos, pero hay que hacerlo porque toca. Esto es más terrorífico que las barbaridades motivadas por la ideología. Un sistema demencial y antihumano servido por gente despersonalizada.




Todo esto lo sintetizo Hannah Arendt en una frase que hizo fortuna, la banalidad del mal. Para ejecutar canalladas sociales no hace falta Hannibal Lecter, sino Adolf Eichmann, gente gris dispuesta a hacer lo que haga falta sin motivaciones personales ni especial odio. El doctor Lecter siempre sería un asesino en cualquier circunstancia, pero los Eichmann podrían vivir toda su vida sin romper un plato si las circunstancias de la vida no les pusiesen en ese brete. De hecho, es sorprendente como muchos criminales de guerra nazis menores escaparon de la justicia de la posguerra y luego llevaron una vida absolutamente anodina, sin ningún tipo de violencia, que deberían haber ejercido si hubiesen sido unos psicópatas como pretendían los judíos. La enfermedad estaba en los sistemas, no en los individuos. Eichmann en Jerusalén fue polémico por otras cuestiones. La autora sacó a colación el papel de los judíos europeos en su propia destrucción y contaba el dudoso papel de los consejos judíos, una buena muestra de la perversión nazi para con sus víctimas. En la fase de los ghettos, estos consejos eran como un órgano de autogobierno y un intermediario con las autoridades alemanas, pero fueron una fuente de corrupción. Sus integrantes pensaban que salvarían la vida si colaboraban con sus verdugos y dejaban caer a sus compatriotas. Además, muchos aceptaron sobornos de sus vecinos para que les dejasen fuera de las listas. Al final, estos consejos lo único que consiguieron es ser los últimos en ser deportados al campo de exterminio correspondiente. El que la filósofa lo sacase a la luz era otra ruptura del consenso judío como corderitos inocentes y le generó muchas enemistades. Por cierto, que al escribir esto me acuerdo de ciertos despidos recientes que me tocaron muy de cerca. También hubo un equivalente al consejo judío que creyeron  librarse con sus maniobras. Temo que serán los últimos en ir a la cola del INEM.


Curiosamente, sus correligionarios no supieron darle la sal en un aspecto en donde sí estuvo de acuerdo con ellos, como era la legitimidad del estado de Israel para juzgar a Eichmann. Muchos la cuestionaban, ya que el país no existía en la época del Holocausto, además de arrogarse una defensa de la judeidad universal que no era universalmente compartida ni por toda la comunidad hebrea. No dejaba de ser discutible que un país formado por las víctimas y sus herederos juzgasen a sus verdugos. Es como si un hijo juzgase al asesino de su padre, algo inadmisible en cualquier derecho que se precie. A pesar de su eterna duración, todos tenían claro que el juicio a Eichmann era una farsa, un acto propagandístico pues la sentencia estaba ya firmada de antemano (a ver quién era el valiente que lo iba a dejar libre por un defecto de forma, tendría que haber vuelto a la diáspora), por no hablar del expediente del secuestro en Argentina. Pero ni siquiera en esto la filósofa estuvo de acuerdo con los suyos, pues criticó que en el juicio de Jerusalén e hiciese hincapié en que era un delito contra la comunidad judía y no contra la humanidad en general, como se había hecho en Nüremberg. De hecho, el proceso de Eichmann fue clave en considerar que el gran crimen del nazismo era el perpetrado contra los judíos obviando a otras grandes víctimas del hitlerismo. Gitanos, homosexuales, Testigos de Jehová, y sobre todo, los eslavos, que murieron a millones, y eran blanco de exterminio igual que los hebreos, quedaron preteridos hasta tiempos recientes, en que los historiadores revisionistas están poniendo las cosas en su lugar. El que los eslavos estuviesen cuarenta años al otro lado del Telón de Acero no ayudó a su causa.


Admiro el libro de Hannah Arendt –de hecho la escritura de este post me están provocando unas ganas irresistibles de releerlo- y creo que puso el dedo en la llaga del peligro de la despersonalización de las estructuras modernas, a las que el neocapitalismo salvaje está llevando a su siniestra perfección. Pero personalmente, creo que subestimó varias cosas. Si ven la foto de Eichmann en su momento de gloria que acompaña a este párrafo, verán una chulería y arrogancia impropias de un hombrecillo, en la firmeza de  la mirada y la determinación que muestran los labios apretados. El Eichmann que Jonathan Little pergeñó en su sobrevalorada novela Las benévolas va en esa línea. Y hay algo que rompe la figura de Eichmann como un probo funcionario, como fue el caso de los judíos húngaros. Al final de la guerra, cuando ya estaba claro que Alemania la había perdido, con los soviéticos acercándose a Budapest, el teniente coronel de las SS puso un empeño excesivo en llevarse a los judíos húngaros a sus destinos letales. Incluso usó su autoridad para parar los vitales trenes militares y dejar las vías libres para sus transportes de la muerte. Mucho protagonismo para un hombre gris. Incluso viendo las grabaciones del juicio de Jerusalén, a veces su mirada adquiere una curiosa dureza, como si dentro durmiese una fiera. A lo mejor los hombres grises mientras dura su momento de poder se transmutan y aparece algo que desaparece con la circunstancia que les impulsa.



Lo que si me queda claro, y no es por pasión alcancera, es que el documental es mejor que la ficción. Lo mejor de la película de Von Trotta que ha motivado este post son las imágenes reales del juicio de Eichmann, que se ve los israelíes han conservado como oro en paño. Ellas dan la fuerza a un film que parece un telefilme de sobremesa y desaprovecha las potencialidades de la historia. La banalidad del cine mediocre.




sábado, 15 de junio de 2013

El productor



En uno de esos blogs que deje abandonados en su momento en la red contaba la visita de Elías Querejeta a Alcances 2007, donde le dimos el homenaje. Lo escribí poco después de la misma, con lo que todo era fresco y recién producido, casi con la urgencia del dietario. Han pasado casi seis años (glups) de aquella experiencia, y ahora recién desaparecido el productor creó que toca recuperarla. Sin embargo, como este es un blog personal, lo que traducido resulta que tengo autolicencia para plantear las cosas a mi bola, no voy a recuperar aquel texto, que tengo grabado en Word, como todos estos posts. El objetivo no es fusilar lo escrito hace seis años –para ello lo volvería a copypastear- sino recordar aquella visita con la patina que da el tiempo. Sigue siendo para mí uno de los grandes momentos de mi época de director artístico de Alcances, por la categoría del personaje y por las vivencias. Han venido otros grandes nombres, aunque pocos a la altura de su leyenda. Recuerdo cierto prestigioso director que precisamente hizo un legendario dúo con Querejeta que fue una completa decepción, así que si se muere, igual opto por el silencio. Ni siquiera voy a leer aquel post, igual lo hago cuando el presente se halle convenientemente colgado y a su disposición. Supongo que las anécdotas que recuerdo ahora son las que ha tamizado el tiempo, y las sensaciones que hayan cruzado este río de años son las que valen.


Aunque habría que decir que la primera cosa que no nos esperábamos es que Elías Querejeta iba a morirse en la España de ‘La prima Angélica’. Cuando vino a Cádiz aún no había explotado la burbuja de los cullons, Zapatero nos hacía creer que otra sociedad –dependencia, alianza de las civilizaciones, memoria histórica, etc.- era posible y el mito de la sacrosanta Transición aún funcionaba. Ahora, ya se sabe, los confesores son los que dictan las políticas de los gobernantes y los obispos vuelven a lo suyo. Cuando más lo necesitábamos se nos muere, cuando el cine español que él tanto defendió y tanto representó en lo bueno y en lo malo está herido de muerte por los amigos de la Conferencia Episcopal. En lo bueno por su compromiso artístico y social, en lo malo porque demostró una vez más que nuestra industria fílmica depende más de francotiradores avanzados que de una planificación y de un sistema. Eso del compromiso no es una frase hecha en el caso de Querejeta. En los días del homenaje, alguien que no era de su círculo íntimo pero que trabajó con él me dijo que en tiempos de dificultades económicas no recortó a nadie de su personal, fieles escuderos que llevaban con él mucho tiempo. Y eso se notó en Cádiz. Vinieron con él al homenaje, y eran un grupo bien avenido. Elías era como el abuelo gruñón, objeto de burlas cariñosas por parte de los suyos. Recuerdo que le daban la brasa con el vestuario. Iba a subir al escenario del Falla con su sempiterno jersey, y ellos le tomaban el pelo con que debía vestirse elegante. No ganaron, por supuesto, ya que una marca de fábrica es una marca de fábrica. En todo caso, en estos tiempos mendaces de jefecillos que por salvar sus privilegios –dicen que es el miedo al paro, pero en realidad es el miedo a perder el status y convertirse en vulgares ciudadanos- traicionan a sus amigos de años, ese productor salvando  a su gente no dejaba de ser un ejemplo.



¿Qué fue lo que más me impresionó? La fuerza que aún mantenía. Sabíamos que ya no estaba al cien por cien, pues años atrás le había dado un jamacuco del que nunca se recuperó del todo. Pero la sensación de energía contenida era casi física. En la primera cena que tuvimos en Cádiz, lo tuve enfrente y sentir su mirada era toda una experiencia. Sus ojos claros se introducían en tu cerebro, como si te sacase hasta tu último secreto. Pensaba en aquella mirada mucho más joven escudriñando a algún incauto defendiendo su proyecto de película. Tenía fama de persona difícil. La responsable de otro festival donde acudió previamente nos acojonó un poco, contándonos como lo habían tenido que cambiar de habitación y como la había liado parda. Pero aquí afortunadamente solo hubo pinceladas de su legendario mal carácter. De hecho, hubo un par de veces en que dijo que iba a tomárselo con filosofía. Al llegar al hotel mostró las uñas cuando le pidieron el DNI. Cuando en la primera cena vio un plato de gallo rebozado puso mala cara –luego supimos que como buen donostiarra era un gourmet- pero luego disfrutó. El momento más tenso ocurrió sin estar yo presente. En los días del homenaje el Cádiz estaba en las breves manos de Baldasano, ese tipo que salió en meses de allí por patas –y cuyo director deportivo era Vicente del Bosque, ignorante de las glorias que le reservaba el destino- y una de las cosas promocionales que hacían era dar camisetas firmadas por los jugadores a personalidades relevantes. Aprovechando que Querejeta era futbolero como buen ex jugador de la Real Sociedad que fue en sus años mozos, se hizo uno de estos actos. Fue en el hotel la mañana que se iba. Estaban los del Cádiz, algún concejal, pero el productor estaba desayunando y no tenía interés en acudir. Había que levantarlo de la mesa para recibir la camiseta y hacerse las fotos de rigor. Ante la presión empezó a malhumorarse, con lo que al final el homenaje podía emborronarse. Hasta que una compañera tuvo la feliz idea de decirle, “Elías, hombre, que la Real Sociedad ganó ayer fuera”. La invocación de su antiguo equipo fue mágica. Como decían en El secreto de sus ojos, un hombre puede cambiar de familia, de creencias, pero nunca de pasiones.




Este amor por el deporte no era pasajero. Lo recogí en Sevilla cuando llegó en AVE para llevarlo a Cádiz, y en el coche –conducía otro, obviamente-recordó como en sus tiempos de jugador vino a disputar un partido contra el Sevilla y marcó el gol de la victoria. El día de su homenaje alcancero, se jugaba una semifinal de baloncesto, no recuerdo si un mundial o un europeo, donde se hallaba la selección española, que había iniciado ya su etapa de gloria internacional. En el trayecto entre el hotel donde se alojaba la expedición y el Teatro Falla se paraba en cada bar para preguntar cómo iba y atisbar  algo en los televisores. Siempre me pregunté si alguno de aquellos parroquianos supo quien era aquel enérgico anciano vestido con un jersey verde en el cálido septiembre gaditano que irrumpía en el bar en busca de información “Oye, ¿tú sabes quién es Querejeta? ¿No era ese?”.  De hecho, como en aquel 2007 lo de los smartphones no estaba desarrollado, hubo que mandar a alguien a los bares aledaños al Falla a preguntar el desenlace del partido antes de iniciar la gala. Pero al final Elías Querejeta disfrutó, tanto que sacó a la alcaldesa a bailar cuando coincidieron en el escenario. Tantos afanes tuvieron su recompensa.


Querejeta innovó  en muchas cosas, sobre todo en tácticas para esquivar a la censura. Lo que hacía era meter en los guiones escenas señuelo que sabía iban a ser inevitablemente cortadas, con el objetivo de salvar las problemáticas que si eran fundamentales para la película en cuestión. En Cádiz nos contó una anécdota maravillosa que demuestra los límites del llamado “Nuevo Cine Español” de los 60 y de cómo el régimen se lo tomaba como una capa maquilladora. La recogí en el libro que escribí con motivo del 40 aniversario de Alcances. La caza estaba esperando el veredicto de madame la censura, y Saura y Querejeta andaban nerviosos. Tanto, que el productor acabó llamando a la casa de García Escudero, a la sazón Director General de Cinematografía –y futuro instructor del sumario del 23-F-. Este se hallaba almorzando y atendió al teléfono con indisimulado mal humor. “Si, Elías, habéis pasado la censura. Pero espero algún día me expliques que significa esta mierda de película”. Luego, estos mismos jerarcas la pasearon por el mundo y se fotografiaron con los premios que recogió. Las cosas no han cambiado mucho hoy en día.



No voy a hacer una glosa general de la figura de Elías Querejeta. Solo diré otro recuerdo personal de aquel Alcances 2007. Montamos una exposición con los carteles de las películas que había producido. Mirándolos, me di cuenta de lo cojo que se hubiera quedado el cine español sin el productor donostiarra. Allí estaban los afiches de La caza, La prima Angélica, Cría cuervos, El espíritu de la colmena, El sur, El desencanto, Tasio, Los lunes al sol, etc. Imagínense nuestra historia fílmica sin estas y otras muchas obras. Y sin su talento para descubrir talentos. De hecho, el homenaje tuvo la virtud de que conociéramos a un director brasileño que había trabajado para él y pronto empezaría una asombrosa carrera con sus cortos Apuntes sobre el otro y Una historia para los Modlins. Sergio Oksman inició así su relación con Alcances que le ha llevado hasta la fecha a ser jurado y ganar dos premios. Cuando el pasado febrero recogió su Goya por los Modlins, se lo dedicó especialmente. Fue como un homenaje prepóstumo en nombre de todos aquellos a los que su gran visión lanzó.




Y nada más. Solo decirles que pocas semanas después del Homenaje se estrenó uno de sus últimos filmes, Siete mesas de billar francés, dirigida por su hija Gracia. La película estaba dedicada a todo su equipo, gran parte del cual había estado en Alcances. Sus nombres figuraban al final, y sentí una punzadita al saber que durante un fin de semana yo había acariciado ese mundo.