miércoles, 23 de enero de 2013

El honrado Abe


             

   Siempre me fascinó el tema de Abraham Lincoln, ahora recuperado por Spielberg en un film que ha metido la directa hacía los Oscars del  mes que viene. Y no por la leyenda creada en torno a él, ya se sabe, que era humilde, que cortaba troncos, que estudiaba Derecho por las noches, en fin, todo lo que recubre y apoya el mito americano del Self Made Man. Lo que choca del honrado Abe, como lo llamarón sus contemporáneos, es ver como el presidente que no vaciló en llevar a su país a una durísima guerra civil es el favorito de los estadounidenses. De lo que se deduce que un político calmado que vive en tiempos de paz no deja memoria en sus conciudadanos, pero sí los que lanzan a los suyos a la muerte, aún cuando los del otro lado sean de la misma nacionalidad. Viendo esto ¿a quién extraña que apoyen guerras en lugares remotos? Pensando en la cuestión de Cataluña, me pregunto si algún Abraham Lincoln nacional que lanzase al Tercio de Extranjeros sobre los payeses del Ampurdán recibiría el mismo grado de apoyo. Inquietante.

                Los tópicos sobre el honrado Abe son conocidos. A los que he dicho en el primer párrafo, se unen los de su bonhomía, su paciencia infinita, su sentido del humor, su nobleza intrínseca, etc. Un superhéroe moral para unos tiempos revueltos. Un astuto político que usó su imagen de paleto del Oeste para embaucar y someter a la clase política de su época, dominada por los grandes patricios de la costa Este. Gracias a estas dotes  y a su resolución Estados Unidos mantuvo su unidad y pudo convertirse en potencia mundial en el siglo XX. Otra cuestión inquietante. Parece que la violencia al final funciona. Pero Lincoln es una figura más compleja de lo que sus hagiógrafos nos quieren hacer creer. Por muchos chistes que hiciera, supongo que hace falta una gran dureza interna para liderar sin un pestañeo una sangrienta guerra. Ni en los momentos más difíciles de la Unión Lincoln se planteó aflojar. Es curioso que se cite mucho la anécdota de 1832, cuando sirvió en la milicia del estado en una guerra india  y le perdonó la vida a un nativo prisionero. ¿Dónde quedó esa compasión treinta años después? Algunos dicen que esa gelidez posterior derivaba de su amor juvenil por Ann Rutledge, que no sólo le dio calabazas sino que murió muy pronto, dejándole bastante hundido. John Ford, que tenía pasión por el presidente, lo contó muy bonito en El joven Lincoln.


Es una interpretación bastante romántica. Si  se sobrevive a eso se sobrevive a la Guerra de Secesión y a un desdichado matrimonio con Mary Todd, que fue de todo menos feliz. Para que todo sea más novelesco, Mary fue pretendida también por Stephen Douglas, el gran rival político de Abe. Además de su difícil relación, ella llevaba mal la carrera de su esposo, llegando a tener serios problemas mentales que enturbiaron aún más el matrimonio.

                Pero reducir la psicología de Lincoln a un amor desdichado es demasiado simple. Tal vez la verdadera clave esté en lo que hizo en la década anterior a su elección como presidente. Tuvo una breve experiencia política en la Cámara de Representantes en los años 40 del siglo XIX, que merece una paradita. Y es que su mandato coincidió con la guerra contra México que aumentó exponencialmente el territorio de Estados Unidos. El futuro presidente se opuso con tal vehemencia al conflicto que ni siquiera intentó ser reelegido, pues sabía que sus votantes lo consideraban un blandengue. Qué pensarían estos cuando años después el blandengue mandó a sus hijos a sitios como Gettysburg. O sea, que parece que el honrado Abe no era un belicista nato, sino que creía en el concepto de la “guerra justa”.

              ¿Y por qué la Guerra de Secesión le parecería justa frente a batir mexicanos? Se dice que por el tema moral de la esclavitud, pero no lo tengo tan claro. En una de sus famosas frases, Lincoln decía que una nación no puede vivir mitad libre y mitad esclava. En realidad, no podía vivir mitad con una economía agrícola precapitalista en el Sur y con un desarrollo industrial potente en el Norte, desequilibrando mucho el país. Había broncas continuas entre ambas regiones que fueron creciendo en los años de 1850 por temas fiscales, de aduanas, etc., que se sobreponían a la cuestión ética de los esclavos. El propio Lincoln tuvo una actitud algo ambigua al respecto. El caso es que tras su experiencia en la Cámara de Representantes, entró como abogado del ferrocarril, el sector en expansión aquellos años. Este sector fue uno de los niños mimados de la expansión económica del siglo XIX, como las carreteras en su momento o la informática hoy en día. Era el símbolo del progreso industrial y todas las poblaciones querían que el caballo de hierro pasase por ellas. Lincoln se dedicó a defender sus intereses con bastante brillantez, y eso implicaba echar por tierra las pretensiones de los campesinos que veían como sus posesiones eran expropiadas para poner vías. De hecho, en una célebre sentencia, se defendía el derecho del ferrocarril a hacer lo que quisiera por sus potencialidades expansivas para la nación. Esto oscurece un poco la figura del honrado Abe, poniéndose a sueldo de las grandes corporaciones frente al hombre común que según las leyendas tan bien representaba. La pregunta subsiguiente es perturbadora. De vivir hoy ¿Sería Lincoln un abogado de esos que aconseja a las empresas como hacer bien los ERES, que defiende el derecho a aniquilar el paisaje en función de los intereses económicos y demás plagas del neoliberalismo rampante? ¿Podría haber figurado en los tétricos gabinetes de George Bush Jr.? Hay que recordar que después de todo el honrado Abe fue el gran refundador del partido Republicano, que ya sabemos de qué pie cojea. Su experiencia en los ferrocarriles le inspiró no sólo el proyecto de hacer una línea que uniese Estados Unidos de costa a costa, que empezó bajo su mandado en plena guerra, sino que había que unificar el país económicamente, eliminando no tanto la esclavitud sino la atrasada economía sureña, que en un proceso de expansión capitalista era una rémora. Tuvo que darse cuenta de otra cosa: que los negros sureños debían pasar  de esclavos a ser mano de obra. Otra forma de esclavitud, que se recrudece en nuestros tiempos del Winter is Coming. Por cierto, que lo del ferrocarril de costa a costa de nuevo lo contó John Ford en uno de sus primeros clásicos.



                El mito es demasiado poderoso, y Spielberg ha cedido a él. Tenía curiosidad por ver si su Lincoln rompía la preocupante regresión de su cine. Desde la excelente Munich, volvió con desgana al mundo de Indiana Jones, lo prolongó en versión todos los públicos en su adaptación de Tintín y de forma chocante recuperó su peor estilo, el llorón sensiblero en War Horse. Es como si le asustasen las posibilidades que se abrió a sí mismo en Munich. Lincoln no resuelve las dudas. Es un film con mucho más cuerpo que las tres anteriores, pero parece que el tema tan grave y responsable le ha podido. Hay un cierto acartonamiento, una cierta discursividad que no se termina de despegar de la cinta. También contar con Daniel Day-Lewis es un triunfo y un problema. Triunfo, porque el concienzudo y obsesivo actor irlandés lo borda, consiguiendo darle a su presidente una inexplicable aura que trasciende la mera técnica actoral. Problema, porque gran parte del guión y la dirección se le rinden incondicionalmente y se limita a filmarle en demasiadas ocasiones. Así como el verdadero Abe lideró  a su país en la guerra, Day-Lewis lidera el trabajo de Spielberg, incluso anulándolo. La trama se centra en la lucha política que significó aprobar por una levantisca Cámara de Representantes la 13ª enmienda a la constitución estadounidense, que prohibía para siempre la esclavitud. Aunque parezca mentira, fue duro sacarla, pues no todos estaban por la labor. Algunos verán en Lincoln un ejemplo de democracia en acción, pero no todo es tan sencillo. Como buen film del nuevo orden, es ambiguo. La declaración del protagonista sobre que el sufrimiento hace fuerte a las democracias o la frase que suelta Tommy Lee Jones como el congresista Stevens (algo así como que el hombre más puro de América se sale con la suya con tácticas de lodazal) parecen alusiones al momento actual y a perdonar el todo vale. Es como si se justificase la corrupción y las malas prácticas si el objetivo es noble. Como comprenderán, escuchar esto en un país saturado de putrefacción política es hiriente. Tal vez esto es lo más lejos que el Hollywood actual está dispuesto a rascar en la complejidad del honrado Abe. Al final, se cae en el emblemático plano que han hecho prácticamente todos los directores que se han acercado a su figura, en el que se le ve alejándose de la cámara hacia su puesto en la Historia.

                Pero los azares de la distribución cinematográfica han hecho que el mismo día se estrenase en España otra visión del tema de la esclavitud, totalmente distinta, Django desencadenado. Pero de esta les hablaré otro día, que este post ya va más que sobrado. Pero una recomendación final. Para acercarse a la figura de Lincoln desde el campo del arte, léanse la novela de Gore Vidal llamada así, Lincoln. Una estupenda recreación de su presidencia, y que me da que ha inspirado algún episodio del film de Spielberg.


7 comentarios:

  1. Excelente reflexión, sr. Miranda. Aunque me parece que si la guerra que propició Lincoln le convierte en alguien respetable se debe a que la libró para anticipar el curso de la historia, que los estados del sur se obstinaban en detener por motivos económicos. 150 años después no existe la esclavitud en ningún país civilizado. Pero estoy seguro de que dentro de cien años -suponiendo que el cine o algún tipo de civilización y pulsión artística subsista para entonces- nadie hará una película en la que George W. aparezca como un personaje entrañable.

    Otra cosa es cómo la corrupción política aparece aquí al servicio de esa idea superior, no para llenar los bolsillos de Bárcenas confederados (que seguro que también los hubo).

    JJLC (firmo como anónimo no sólo por no arruinar tu blog con mi mala reputación, sino sobre todo porque no tengo cuenta de google ni sé cómo meter mi nombre).

    ResponderEliminar
  2. Claro, ese es el tema, el de las guerras justas. Todos piensan que Lincoln, como Franklin Roosevelt en la II WW, lideró una, mientras que Bush Jr. como Lyndon Johnson con Vietnam, dirigieron conflictos vistos como arbitrarios. De todos modos, lo que me sorprende es que un presidente que llevó a su país a una guerra civil sea visto como uno de los grandes americanos incluso por los que perdieron. Pero como tu dices, los sudistas se habrán dado cuenta con el tiempo de las ventajas de haber sido los derrotados. La próxima vez que quieras comentar,métete en el menú de "Comentar como" dándole la pestaña de la derecha.Entre las opciones saldrá una que es "nombre/url". Ahí puedes poner el nombre que quieras. Gracias por participar.

    ResponderEliminar
  3. Pues no sé si iría a verla.

    ¿Van a hacer un remake español titulado, por ejemplo "el conde-duque de Olivares"?

    Esa, a lo mejor...

    ResponderEliminar
  4. Encantado de leerte desde Ebrolandia.
    Bien saber que la realidad pisotea al padre de Melies y lo condena a la sección neorrealismo. Por ello se antoja imprescindible una antológica de Zoe Alameda en alcances verano, con presencia de su Zoe madre, of course
    No estaría mal revisar los respectivos albums fotográficos de la pareja, que afanes de mostrar su conocimiento del político o escritor famoso, es lo que tiene el poseer juguete fundación o instituto cervantino.
    Indignado como un comparsista, cabreado como un chirigotero pero feliz de verte publicando.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Bueno,esperemos loa filmes que cuenten el grado de putrefacción en que está hundido este país, en el que cobrar 3.000 euracos por ser una periodista fake es casi un chiste con todo lo que se mueve por ahí.¿Para que recuperar a Olivares cuando tenemos a la piovra en pleno en el siglo XXI? Respecto a Alcances verano, ya veremos si lo hay, que hay recortes para que se puedan cobrar los sobresueldos. Saludos a Ebrolandia.

    ResponderEliminar
  6. Chapó, siempre un placer paladear la historia cristalizada en sus manos.

    ResponderEliminar