Siempre me fascinó el tema de Abraham Lincoln, ahora
recuperado por Spielberg en un film que ha metido la directa hacía los Oscars
del mes que viene. Y no por la leyenda
creada en torno a él, ya se sabe, que era humilde, que cortaba troncos, que
estudiaba Derecho por las noches, en fin, todo lo que recubre y apoya el mito
americano del Self Made Man. Lo que
choca del honrado Abe, como lo llamarón sus contemporáneos, es ver como el
presidente que no vaciló en llevar a su país a una durísima guerra civil es el
favorito de los estadounidenses. De lo que se deduce que un político calmado
que vive en tiempos de paz no deja memoria en sus conciudadanos, pero sí los
que lanzan a los suyos a la muerte, aún cuando los del otro lado sean de la
misma nacionalidad. Viendo esto ¿a quién extraña que apoyen guerras en lugares
remotos? Pensando en la cuestión de Cataluña, me pregunto si algún Abraham
Lincoln nacional que lanzase al Tercio de Extranjeros sobre los payeses del
Ampurdán recibiría el mismo grado de apoyo. Inquietante.
Los tópicos sobre el honrado Abe son conocidos. A los
que he dicho en el primer párrafo, se unen los de su bonhomía, su paciencia
infinita, su sentido del humor, su nobleza intrínseca, etc. Un superhéroe moral
para unos tiempos revueltos. Un astuto político que usó su imagen de paleto del
Oeste para embaucar y someter a la clase política de su época, dominada por los
grandes patricios de la costa Este. Gracias a estas dotes y a su resolución Estados Unidos mantuvo su
unidad y pudo convertirse en potencia mundial en el siglo XX. Otra cuestión
inquietante. Parece que la violencia al final funciona. Pero Lincoln es una
figura más compleja de lo que sus hagiógrafos nos quieren hacer creer. Por
muchos chistes que hiciera, supongo que hace falta una gran dureza interna para
liderar sin un pestañeo una sangrienta guerra. Ni en los momentos más difíciles
de la Unión Lincoln se planteó aflojar. Es curioso que se cite mucho la
anécdota de 1832, cuando sirvió en la milicia del estado en una guerra india y le perdonó la vida a un nativo prisionero. ¿Dónde
quedó esa compasión treinta años después? Algunos dicen que esa gelidez posterior
derivaba de su amor juvenil por Ann Rutledge, que no sólo le dio calabazas sino
que murió muy pronto, dejándole bastante hundido. John Ford, que tenía pasión
por el presidente, lo contó muy bonito en El
joven Lincoln.
Es una interpretación bastante romántica. Si se sobrevive a eso se sobrevive a la Guerra de
Secesión y a un desdichado matrimonio con Mary Todd, que fue de todo menos
feliz. Para que todo sea más novelesco, Mary fue pretendida también por Stephen
Douglas, el gran rival político de Abe. Además de su difícil relación, ella
llevaba mal la carrera de su esposo, llegando a tener serios problemas mentales
que enturbiaron aún más el matrimonio.
Pero reducir la psicología de Lincoln a un amor
desdichado es demasiado simple. Tal vez la verdadera clave esté en lo que hizo
en la década anterior a su elección como presidente. Tuvo una breve experiencia
política en la Cámara de Representantes en los años 40 del siglo XIX, que
merece una paradita. Y es que su mandato coincidió con la guerra contra México
que aumentó exponencialmente el territorio de Estados Unidos. El futuro
presidente se opuso con tal vehemencia al conflicto que ni siquiera intentó ser
reelegido, pues sabía que sus votantes lo consideraban un blandengue. Qué
pensarían estos cuando años después el blandengue mandó a sus hijos a sitios
como Gettysburg. O sea, que parece que el honrado Abe no era un belicista nato,
sino que creía en el concepto de la “guerra justa”.
¿Y por qué la Guerra de Secesión le parecería justa
frente a batir mexicanos? Se dice que por el tema moral de la esclavitud, pero
no lo tengo tan claro. En una de sus famosas frases, Lincoln decía que una
nación no puede vivir mitad libre y mitad esclava. En realidad, no podía vivir
mitad con una economía agrícola precapitalista en el Sur y con un desarrollo
industrial potente en el Norte, desequilibrando mucho el país. Había broncas
continuas entre ambas regiones que fueron creciendo en los años de 1850 por
temas fiscales, de aduanas, etc., que se sobreponían a la cuestión ética de los
esclavos. El propio Lincoln tuvo una actitud algo ambigua al respecto. El caso
es que tras su experiencia en la Cámara de Representantes, entró como abogado
del ferrocarril, el sector en expansión aquellos años. Este sector fue uno de
los niños mimados de la expansión económica del siglo XIX, como las carreteras
en su momento o la informática hoy en día. Era el símbolo del progreso industrial
y todas las poblaciones querían que el caballo de hierro pasase por ellas.
Lincoln se dedicó a defender sus intereses con bastante brillantez, y eso
implicaba echar por tierra las pretensiones de los campesinos que veían como sus
posesiones eran expropiadas para poner vías. De hecho, en una célebre
sentencia, se defendía el derecho del ferrocarril a hacer lo que quisiera por
sus potencialidades expansivas para la nación. Esto oscurece un poco la figura
del honrado Abe, poniéndose a sueldo de las grandes corporaciones frente al
hombre común que según las leyendas tan bien representaba. La pregunta
subsiguiente es perturbadora. De vivir hoy ¿Sería Lincoln un abogado de esos
que aconseja a las empresas como hacer bien los ERES, que defiende el derecho a
aniquilar el paisaje en función de los intereses económicos y demás plagas del
neoliberalismo rampante? ¿Podría haber figurado en los tétricos gabinetes de
George Bush Jr.? Hay que recordar que después de todo el honrado Abe fue el
gran refundador del partido Republicano, que ya sabemos de qué pie cojea. Su
experiencia en los ferrocarriles le inspiró no sólo el proyecto de hacer una
línea que uniese Estados Unidos de costa a costa, que empezó bajo su mandado en
plena guerra, sino que había que unificar el país económicamente, eliminando no
tanto la esclavitud sino la atrasada economía sureña, que en un proceso de
expansión capitalista era una rémora. Tuvo que darse cuenta de otra cosa: que
los negros sureños debían pasar de
esclavos a ser mano de obra. Otra forma de esclavitud, que se recrudece en
nuestros tiempos del Winter is Coming. Por cierto, que lo del ferrocarril de
costa a costa de nuevo lo contó John Ford en uno de sus primeros clásicos.
El mito es demasiado poderoso, y Spielberg ha cedido
a él. Tenía curiosidad por ver si su Lincoln
rompía la preocupante regresión de su cine. Desde la excelente Munich, volvió con desgana al mundo de
Indiana Jones, lo prolongó en versión todos los públicos en su adaptación de Tintín y de forma chocante recuperó su
peor estilo, el llorón sensiblero en War
Horse. Es como si le asustasen las posibilidades que se abrió a sí mismo en
Munich. Lincoln no resuelve las dudas. Es un film con mucho más cuerpo que
las tres anteriores, pero parece que el tema tan grave y responsable le ha
podido. Hay un cierto acartonamiento, una cierta discursividad que no se
termina de despegar de la cinta. También contar con Daniel Day-Lewis es un
triunfo y un problema. Triunfo, porque el concienzudo y obsesivo actor irlandés
lo borda, consiguiendo darle a su presidente una inexplicable aura que
trasciende la mera técnica actoral. Problema, porque gran parte del guión y la
dirección se le rinden incondicionalmente y se limita a filmarle en demasiadas
ocasiones. Así como el verdadero Abe lideró
a su país en la guerra, Day-Lewis lidera el trabajo de Spielberg,
incluso anulándolo. La trama se centra en la lucha política que significó
aprobar por una levantisca Cámara de Representantes la 13ª enmienda a la
constitución estadounidense, que prohibía para siempre la esclavitud. Aunque
parezca mentira, fue duro sacarla, pues no todos estaban por la labor. Algunos
verán en Lincoln un ejemplo de
democracia en acción, pero no todo es tan sencillo. Como buen film del nuevo
orden, es ambiguo. La declaración del protagonista sobre que el sufrimiento hace
fuerte a las democracias o la frase que suelta Tommy Lee Jones como el
congresista Stevens (algo así como que el hombre más puro de América se sale
con la suya con tácticas de lodazal) parecen alusiones al momento actual y a
perdonar el todo vale. Es como si se justificase la corrupción y las malas
prácticas si el objetivo es noble. Como comprenderán, escuchar esto en un país
saturado de putrefacción política es hiriente. Tal vez esto es lo más lejos que
el Hollywood actual está dispuesto a rascar en la complejidad del honrado Abe.
Al final, se cae en el emblemático plano que han hecho prácticamente todos los
directores que se han acercado a su figura, en el que se le ve alejándose de la
cámara hacia su puesto en la Historia.
Pero los azares de la distribución cinematográfica
han hecho que el mismo día se estrenase en España otra visión del tema de la
esclavitud, totalmente distinta, Django
desencadenado. Pero de esta les hablaré otro día, que este post ya va más
que sobrado. Pero una recomendación final. Para acercarse a la figura de Lincoln
desde el campo del arte, léanse la novela de Gore Vidal llamada así, Lincoln. Una estupenda recreación de su
presidencia, y que me da que ha inspirado algún episodio del film de Spielberg.
Excelente reflexión, sr. Miranda. Aunque me parece que si la guerra que propició Lincoln le convierte en alguien respetable se debe a que la libró para anticipar el curso de la historia, que los estados del sur se obstinaban en detener por motivos económicos. 150 años después no existe la esclavitud en ningún país civilizado. Pero estoy seguro de que dentro de cien años -suponiendo que el cine o algún tipo de civilización y pulsión artística subsista para entonces- nadie hará una película en la que George W. aparezca como un personaje entrañable.
ResponderEliminarOtra cosa es cómo la corrupción política aparece aquí al servicio de esa idea superior, no para llenar los bolsillos de Bárcenas confederados (que seguro que también los hubo).
JJLC (firmo como anónimo no sólo por no arruinar tu blog con mi mala reputación, sino sobre todo porque no tengo cuenta de google ni sé cómo meter mi nombre).
Claro, ese es el tema, el de las guerras justas. Todos piensan que Lincoln, como Franklin Roosevelt en la II WW, lideró una, mientras que Bush Jr. como Lyndon Johnson con Vietnam, dirigieron conflictos vistos como arbitrarios. De todos modos, lo que me sorprende es que un presidente que llevó a su país a una guerra civil sea visto como uno de los grandes americanos incluso por los que perdieron. Pero como tu dices, los sudistas se habrán dado cuenta con el tiempo de las ventajas de haber sido los derrotados. La próxima vez que quieras comentar,métete en el menú de "Comentar como" dándole la pestaña de la derecha.Entre las opciones saldrá una que es "nombre/url". Ahí puedes poner el nombre que quieras. Gracias por participar.
ResponderEliminarPues no sé si iría a verla.
ResponderEliminar¿Van a hacer un remake español titulado, por ejemplo "el conde-duque de Olivares"?
Esa, a lo mejor...
Encantado de leerte desde Ebrolandia.
ResponderEliminarBien saber que la realidad pisotea al padre de Melies y lo condena a la sección neorrealismo. Por ello se antoja imprescindible una antológica de Zoe Alameda en alcances verano, con presencia de su Zoe madre, of course
No estaría mal revisar los respectivos albums fotográficos de la pareja, que afanes de mostrar su conocimiento del político o escritor famoso, es lo que tiene el poseer juguete fundación o instituto cervantino.
Indignado como un comparsista, cabreado como un chirigotero pero feliz de verte publicando.
Un abrazo
Bueno,esperemos loa filmes que cuenten el grado de putrefacción en que está hundido este país, en el que cobrar 3.000 euracos por ser una periodista fake es casi un chiste con todo lo que se mueve por ahí.¿Para que recuperar a Olivares cuando tenemos a la piovra en pleno en el siglo XXI? Respecto a Alcances verano, ya veremos si lo hay, que hay recortes para que se puedan cobrar los sobresueldos. Saludos a Ebrolandia.
ResponderEliminarChapó, siempre un placer paladear la historia cristalizada en sus manos.
ResponderEliminarGracias, Anónimo.
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