Cuando peroré en su momento
en este blog sobre Lincoln, les decía
que la carrera de Spielberg parecía estar en retroceso. Esto se ha confirmado
en los Oscars. El genio de Cincinatti tuvo que sentir que la ceremonia le
transportaba a los tiempos de El color
púrpura, en los que la Academia le ponía la miel de cargarlo de
candidaturas y luego darle la hiel de un sopapo en toda la boca. Este año no ha
sido tan desastroso, las 12 candidaturas de Lincoln
al menos vieron reconocidos su dirección artística y al inconmensurable Daniel
Day-Lewis encarnando al mítico presidente estadounidense, verdadero valor y
punto débil del film. Spielberg era consciente de que el obsesivo actor
irlandés era el verdadero motor de la película y le cedía la cámara más veces
de lo necesario, ralentizando el ritmo narrativo y cediendo a la tentación de
la discursividad. Al menos debería estar alerta, ya que la buena marcha de Argo en los premios previos a los Oscars
fue más que una amenaza. Sin embargo, por una vez las candidaturas
californianas han logrado ser más marcianas que los de los Goya. ¿Cómo se
explica que Ben Affleck, que lo ha ganado todo como director, ni siquiera
estuviera en la terna finalista? Su plaza la usurpó Michael Haneke, que no iba
a ganar. Y es que al despiste de dejar al director de Argo fuera se une la fascinación de la Academia por Amor, otra muestra de debilidad de la
industria de Hollywood, que de nuevo ha tenido que cubrir candidaturas con una
obra europea. Amor no figuraba sólo
en Mejor Película en Lengua no Inglesa, que ganó de calle, sino que tenía otras
cuatro opciones. Pero hubiera sido el tercer año en que se podía impulsar un
film no estadounidense, tras El discurso
del rey y The Artist, y hasta ahí
podríamos llegar. Así que la marginación de Affleck es más sangrante si cabe. O
a lo mejor no. A lo mejor era otro sopapo a una mediocre actor que está demostrando
ser más listo de lo que se pensaba detrás de la cámara.
De todos modos, uno se
malicia de que la Academia apostaba a que Lincoln
iba a ser la ganadora. Si no ¿a qué venía el numerito final de Michelle Obama
leyendo el sobre? Hubiese sido perfecto, la First Lady dando el premio a un film
que habla del antecesor de su esposo que precisamente posibilitó que su raza
haya podido llegar a la Casa Blanca (no sabemos que pensara la First Lady de la
Mary Todd encarnada en el film de Spielberg por Sally Field, una mujer que no
soportó la presión de la presidencia y
cayó en serios problemas mentales). De todos modos, Argo era una buena opción para Michelle, pues habla de otra historia
americana. La gran diferencia entre la obra de Affleck y Lincoln es que la primera habla de la infrahistoria, la de una
disparatada operación de inteligencia que salió bien y que de paso limpia la
cara de la CIA, una agencia más conocida por sus fracasos y sus polémicas que
por sus éxitos. En cambio, Spielberg se centra en la “gran” historia, la que
está en los libros y se conmemora oficialmente. La ventaja es para Argo, pues puede usar las tácticas del
thriller entretenido frente a Lincoln
que es demasiado consciente de la grandeza de lo que cuenta y como hemos dicho
acaba cayendo en el envaramiento. Pero ambas comparten un fondo patriótico que
las hacía aptas para ser encumbradas por Michelle Obama.
Otras de las dos
finalistas también eran políticamente correctas. La vida de Pi, que le valió a Ang Lee su segundo Oscar como
director –pero de nuevo se quedó sin mejor película-, es ideal para élites
urbanas, lectores de Paulo Coelho y demás gurús de la espiritualidad New Age,
con su confuso discurso espiritualista de una persona que al final del film
descubrimos que se ha convertido en un burgués de clase media de manual -¿tanto
bote y tanto tigre para esto?-, es un film muy reconfortante. Pero el desafío
técnico es asombroso y su creativo uso del 3D hará historia, más allá de los
fuegos artificiales de Avatar. Y El lado bueno de las cosas es una
comedia de buen rollo que te cuenta lo de siempre pero con oropeles de historia
“moderna”. Le valió por fin el premio a
Jennifer Lawrence, joven actriz de gran proyección capaz de pasar por el cine
independiente de Winter’s Bone al
blockbuster de Los juegos del hambre
sin despeinarse. Con su caída incluida, Lawrence obtuvo un Oscar que llevaba
años rondándole, al igual que otra de las triunfadoras de la noche, Anne
Hathaway, que se lo llevó por aguantar una canción maravillosa en primer plano.
Esta juventud puso la frescura ante un buen puñado de actores veteranos. De los
20 intérpretes candidatos, 9 ya sabían lo que era ganar una estatuilla. Los dos
vencedores masculinos repitieron.
La caña hubiera sido
que Django desencadenado hubiese
ganado, y la First Lady hubiese tenido que lidiar con el film más macarra de
los favoritos, con una visión de la esclavitud que no tenía nada que ver con la
de Lincoln. Una vez más, Tarantino puso
la discordancia con su escéptica visión de la lucha racial, que aboga por
arreglar las cosas a tiros y no en el congreso de Washington. Es meritorio pues
sus dos galardones, al gran Christoph Waltz por su logorreíco cazarrecompensas
que domina el inglés mejor que los paletos sureños y a su guión. Un magnífico libreto
que contrastaba con el gran fallo que tenía el vencedor de Mejor Guión
Adaptado, Argo (ATENCIÓN, VIENE SPOILER). Y es que ¿por qué los iraníes del aeropuerto
no llaman directamente a la torre de control para parar el avión en vez de
correr tanto por los pasillos (FIN
SPOILER).
De todos modos, la
victoria de Argo demuestra la
debilidad del actual cine industrial hollywoodense. En otros tiempos, hubiese
sido un competente y vigoroso thriller, cine de género con estilo. Pero de ahí
a que sea la mejor película del año, es excesivo. Había otras propuestas más
arriesgadas que se han quedado fuera, más allá de potenciar a Haneke. Es el
caso de la sorprendente recreación del melodrama clásico hecha por Terence
Davies en The Deep Blue Sea, que es
capaz de hacer la difícil operación de mantener los estilemas propios del
género a la vez que los subvierte (Al menos, Rachel Weisz se merecía la
candidatura). O de otra película que también sabotea otro tipo de filmes, en
este caso los infantiles, como es la delicia de Moonrise Kingdom, del heterodoxo Wes Anderson. La candidatura a
guión original que mereció era tan lógica como insuficiente, pues debería haber
aspirado a más.
Esto dieron de sí los
Oscars 2012, entregados en 2013. Pero la presencia final de la First Lady tiene
otra lectura. Aquí algunos políticos y ciertos medios de comunicación de la
tienen jurada al cine español y allí se apoya al más alto nivel. ¿Se imaginan a
Doña Letizia dando el Goya a la Mejor Película? Ya que algunos admiran tanto al
país del dólar, deberían imitarlo también en esto.
Eh. La de "Moonrise Kingdom" tiene muy buena pinta.
ResponderEliminarY a la Weizs, óscars y tó los premios que le echen. ¡Guapetona!