lunes, 18 de febrero de 2013

Estampas goyescas 2013


   

             Debo confesar que me gustan los Goya y los Oscars, y no por ver quien lleva el escote más atrevido o el Armani mejor ajustado. Tampoco creo que premien a lo mejor del año. Pero eso nos llevaría a un debate teológico-bizantino sobre que es lo bueno, lo mejor y lo peor que está muy lejos de mis intenciones. En realidad a estas galas repartidoras de estatuillas se les pide lo que no se debe. Son premios de la industria, la española en el caso de los Goya y la de Hollywood –o sea, LA industria- en los Oscars, y no festivales. Se supone que a los que nos dedicamos a esta última rama se nos pide ser más osados, más receptivos, con más reflejos para captar lo que está empezando y a dónde va el futuro. Los premios industriales son más convencionales, se recompensan a ellos mismos y a su capacidad de mantener la maquinaria engrasada para llenas cines (bueno, eso cada vez menos). Es como un homenaje que se pegan todos los años, como una fiesta de promoción anual pero abierta al público merced a la omnipresente tele. En esa clave hay que entenderlas.

                Y es un buen baremo para ver por dónde van los tiros sobre lo que piensan los que organizan las galas. En los Goya la cosa es más acusada. En Hollywood se pueden escapar algunos comentarios sobre el Tibet lo más, pero el cine español es más sensible. Es de recordar la gala de hace 10 años, la del “No a la guerra”, que granjeó al sector el odio más vesánico por parte de la derecha y de sus adláteres de la comunicación, que desde entonces no le dan tregua. Se olvidan de que Garci fue el ojito derecho de la lideresa Aguirre, y que olvidando sus propias mamandurrias la extraña dimisionaria que no aparece en los pápeles de Bárcenas le dio el oro y el moro público para sus últimos filmes. Pero Garci hace tiempo que se peleó con la Academia y no se señala, con lo que todo conforme. Hace una década nació el mito de los titiriteros y demás, convenientemente jaleado por los anónimos comentaristas de los periódicos, que cada vez que aparece una noticia sobre cine español le dan caña. Por supuesto, eso dio morbo a la gala del 17 de febrero, pues tras la tregua tácita del año pasado ante un gobierno que acababa de tomar posesión como quien dice, este se preveía calentito tras el desastre en que ha caído el país. Claro que la cuestión, que confieso no tengo clara, es si estas galas deben se reivindicativas. Algunos se quejan de que por qué los del cine tienen que erigirse en conciencias colectivas y líderes de opinión. Pero ¿No somos nosotros los que lo hemos empujado a ello? ¿Resultan creíbles gente que trabajan con sentimientos e ideas si fuera de los filmes no se mojan? Decía Marlon Brando que le asombraba que le preguntasen constantemente por cuestiones políticas y sociales, como si el fuese un experto… pero que más le asombraba que siempre acababa respondiendo en vez de escaquearse. En el caso del cine español, la reivindicación es un grito de supervivencia. Las medidas del gobierno como el ivazo al 21% y una indisimulada hostilidad hacia los peliculeros motivan la respuesta. Pero después de todo, ellos tienen un escaparate para protestar en el sentido en que todos pensamos. ¿Cómo pueden estos recortarnos y darnos lecciones cuando están liando la que están liando?




                Es por ello de lamentar la extraña sombra que se proyectó sobre la gala. Y manda carallo que n un país que acaba de pasar por revelaciones sobrecogedoras se armará el confuso pifostio de los sobres, con el garrafal fallo de abrir uno que no era en la categoría de canción, dejando en la escalera a los desventurados raperos de Los niños salvajes. No obstante, a lo largo de la noche hubo extrañas duplicaciones de plicas, que confundieron a más de un presentador. De todos modos, igual el mejor comentario al respecto de las reivindicaciones lo hicieron Joaquín Reyes y sus cuates, con su humor postmoderno que puso en solfa todas las protestas con sus absurdas peticiones, que de paso dieron el momento más divertido de la noche. Hasta entonces, la postura oficial de la gala era el sopapo en guante de seda, de los textos de Eva Hache y las apariciones de los presentadores, junto con el mesurado discurso del presidente de la Academia. La nota más radical la pusieron espontáneos como Candela Peña, sorpresiva ganadora como Actriz de Reparto, o José Corbacho. Ambos parecían que el ministro Wert les había matado a su madre, por lo menos.



En cuanto al cine en sí, la Academia tuvo unas nominaciones salomónicas. Estaba el film más artístico del año –Blancanieves, con su relectura del cuento en una España cañí y final perverso-, el fenómeno que ha devuelto la fe en el potencial industrial del cine español- Lo imposible-, el veterano de toda la vida que tiene su lugar en el sol en la gala –El artista y la modelo. Aquí hay que hacer una parada. Se fue de vacío porque se ve que la Academia este año cumplía la cuota de veteranos con Pepe Sacristán y Concha Velasco. Y el otro gran veterano del 2012, Cuerda, ha hecho un film desastroso. Que fuese candidato su guión era un despropósito- y una película que ha hecho buena taquilla y ha conseguido el reconocimiento crítico como es la andaluza Grupo 7. El lobby andaluz, por mucho que fuesen gente de la Junta a hacerse la foto, no debe ser tan fuerte como el madrileño o el catalán, así que el reconocimiento a sus dos actores es muy meritorio. Era lógica la victoria de Berger y su revisión del cuento, aunque la Academia prefirió reconocer a J. Bayona –así estuvieron llamándolo toda la noche- como director por su gran esfuerzo al manejar el artefacto de Lo imposible.  Entre ellos estuvieron los premios, con la excepción de Candela Peña en Una pistola en cada mano, para muchos una de las grandes ausentes del año. Y el galardón como Mejor Director Novel a Enrique Gato, director del film de animación sobre Tadeo Jones, mostró una apertura de miras con cierto tono de prospectiva de mercados. Según cuentan los que saben, la animación va a ser la gran burbuja cinematográfica del futuro.

Entre las imágenes de la gala, Concha Velasco aceptando el premio con una parte del monólogo que está haciendo en teatro. Bayona dándole el premio a María Belón, protagonista verdadera de la historia de Lo imposible. La histeria de Macarena García y del protagonista de Juan de los muertos, que por poco se convierte allí mismo en un zombie de los de su película. La defensa del cine comercial por parte de Bayona. Y una especial para el que suscribe. La victoria del amigo Sergio Oksman, alcancero de pro (jurado en 2007, ganador por Notas sobre el otro en 2008, mención especial en 2012 por Una historia para los Modlins) como mejor corto documental por su recreación de la historia de Elmer Modlin y su familia. Uno de estos momentos que justifica muchas cosas. Su victoria es aún más meritoria porque en la categoría de documental suelen ganar filmes mediocres y con tramas muy accesibles. Una historia para los Modlins es un documental de los llamados de creación, que no suelen figurar en los Goya. Lástima que no lo hiciera en largo el multipremiado Mapa, de León Siminiani, ni tampoco el gaditano José Manuel Serrano Cueto con su visión de los viejos actores de reparto en Contra el tiempo. Aquí si ganaron los viejos Goya y se impuso el nombre de Javier Bardem y su cansina, hay que decirlo, reivindicación de la cuestión saharaui. Pero algo se está moviendo en la Academia, a ver si sigue la racha. Y lo siento, pero me alegró de la derrota del clan León, que como se descuiden se van a convertir en el reverso tenebroso de los Bardem. No hubiese sido de recibo premiar esta especie de homenaje apologético del canismo que es Carmina o revienta, que pasará a la historia por haber revolucionado el sistema de exhibición más que por sus escasos valores cinematográficos. Que metan en el mismo saco de un hipotético repunte del cine andaluz con un trabajo tan serio como Grupo 7  es un sarcasmo.


1 comentario:

  1. Me han faltado unas cuantas (unas muchas) por ver. Voy tomando nota, en todo caso.

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